Lisboa Minha Cidade

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Mirador de Santa Luzia

domingo, janeiro 25, 2015

Dibujar la locura en una piedra


 Lo que convierte en fascinante la existencia torcida deCamille Claudel es su invencible voluntad de ir siempre un poco más allá. En el arte, en el amor, en el daño. Salió de la infancia con los nervios sin malear. Pasó la niñez en un pueblo del norte de Francia, Fère-en-Tardenois, donde una matrona tiró de ella y al verle el rostro aventuró que aquella niña que nació de cráneo traía un misterio que contar. Era el 8 de diciembre de 1864, el mismo día en que el Papa Pío IX arrojó al mundo la encíclica 'Quanta Cura', en la que criticaba la libertad de culto, el liberalismo ideológico y la cultura moderna. Los primeros años de Camille tenían abrigo de lumbre de cocina, donde la madre no cesaba de contar historias que se iban adhiriendo al sistema límbico de la niña y de su hermano Paul, distribuyendo en cada uno la correspondiente cuota de curiosidad: para ella, el milagro de extraer figuras del barro; para él, el don de traficar con versos en las noches de insomnio.
El entusiasmo de la joven Camille por la escultura creció hasta que esculpir se convirtió en una necesidad irremediable. Aquella muchacha dispuesta a instalarse en la vida a dentelladas secas y calientes no tenía otra misión más excitante que sacar de lo hondo de las piedras una forma que justificase la imperfección de existir. En 1882 conoce a Paul Dubois, director de la Escuela de Bellas Artes de París. Camille, detrás de unos ojos azules desde los que se podía escuchar el mar, despierta el apetito intelectual de Dubois por sus claros síntomas de arrebato y por esa condición de portadora de un virus extraordinario: la libertad de no tener ni dios ni amo. Al año siguiente, animada por él se instala en París y es admitida en la Academia Colarussi para asentar su técnica. Empieza la fiesta.