Debíamos de tener unos quince años. Aprovechamos que sus padres se
habían ido todo el día, para encerrarnos las tres amigas en casa de Bea.
Eva y yo estábamos en el salón cuando la dueña de la casa apareció con
la cinta de VHS en la mano. "¡Mirad lo que he encontrado en la
habitación de mis padres!". El título ya provocó las primeras
carcajadas: Anal Annie and the willing husbands. Que apareciera
la palabra anal nos estremeció. Allí estábamos las tres amigas a punto
de ver una película con hombres con bigote y mujeres con pubis sin
depilar. Las tres éramos vírgenes, las tres teníamos las hormonas
disparadas y las tres nos moríamos por saber qué era eso del
sexo que tanto parecía espantar a nuestros padres a tenor de que ninguna
habíamos recibido la más mínima referencia sobre educación sexual.
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