
En Sevilla el arte contemporáneo sobra, o eso parece a juzgar por cómo se tratan las obras. La ciudad barroca por excelencia vivió su oasis particular durante la Exposición Universal de 1992, cuando la isla de La Cartuja se llenó de piezas de grandes artistas internacionales en espacios públicos. Un importante legado que, en su mayoría, ha padecido la desidia de las administraciones.
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