El fotógrafo neoyorquino Marc Asnin ha tardado treinta años en parir un libro de fotografía. Para ello ha contado con la aquiescencia de su tío Charlie, del que ha documentado su descenso a los infiernos, tras registrar sus momentos de vulnerabilidad y sus ajustes de cuentas con la vida.
Ése ha sido el principal empeño de Asnin, que comenzó a seguir los pasos de su tío como un proyecto académico, durante su primer año en la Escuela de Artes Visuales (SVA) de Nueva York, y acabó siendo el testigo de la decadencia —pero también de la humanidad— de un familiar caído en desgracia.
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