MADRID.- Corría el año 1976. Acababa de morir Franco y en Barcelona reinaba un ambiente de euforia. "Yo no sabía que Miró no toleraba que hubiese gente en su taller, así que se lo pedí y me dijo que sí. Creo que le caí bien o quizás fue la felicidad del momento... Días después me recibió en Palma de Mallorca. Se sentó en una mecedora, absorto en sus pensamientos y, durante la hora y media que permanecí en su taller, no me dirigió una sola palabra".
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