
En Venecia los miércoles por la mañana voy a clase en la Universidad la Foscari. Para ello, tengo que levantarme temprano y cruzar al otro lado del Gran Canal. Como no quiero caminar hasta el puente de la Accademia allá abajo, comparto una góndola con algunos venecianos que van a trabajar y cruzamos juntos. En la góndola, mientras por un lado repaso lo que voy a contar en clase y echo un último vistazo a los folios que tengo en la mano, por otro levanto la cabeza de vez en cuando para ver de nuevo la belleza de la maravillosa y fresca mañana veneciana. El día que acaba de empezar, la hermosura del paisaje que tengo ante mí y el ligero balanceo de la góndola me despiertan la sensación de que ante mí tengo un tiempo infinito, que todavía viviré cientos, miles de años. En el cielo azul me parece ver algunas estrellas que han quedado de la noche.
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