Después de haber aplastado a todos sus rivales y amordazado los
medios, Sisi ya no tiene a quién culpar por la miseria en que ha sumido a
los egipcios.
Tradicionalmente, un año nuevo empieza con
esperanza. Pero desde que Abdel Fattah al-Sisi se hizo con el poder en
Egipto, la esperanza es muy difícil de conseguir.
Hace un par de
días* estaba hablando con un conocido mío en Nueva York. Hacía poco
tiempo que él había llegado procedente de Egipto; pronto quedó claro que
esta falta de esperanza –y creciente irritación– es la nueva normalidad
egipcia.
Debido a la hiperinflación en Egipto, el salario de mi
amigo ya no tiene valor en Nueva York. “Hace tres años compré una
lavadora por 3.500 libras egipcias (195 dólares). Ayer, la misma
lavadora me habría costado 17.000 libras (945 dólares)”, me dijo.
Aun
así, él está en una posición económica mucho menor que muchos egipcios
de clase media y media baja. A no ser que uno esté ahogándose, como
ellos lo están, se está obligado a entender este grave pronóstico: sin
un importante y prácticamente inmediato cambio en lo político y en lo
económico, es improbable que Sisi pueda acabar este año en el cargo.
Esta
semana, en la misma cafetería de Nueva York cuyos dueños eran en un 99
por ciento partidarios de Sisi y en el pasado utilizaban la fuerza
física con quienes se expresaran contra él, hubo una sorprendente
conversación: ¿quién puede reemplazar a Sisi?
Para muchos, la
cuestión ya no es que Sisi debe marcharse, sino cuándo y quién le
reemplazará. Entonces, la pregunta decisiva es: ¿se dan conversaciones
similares en los círculos de poder?
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