
Con el dinero y el éxito que Anthony Bourdain consiguió con Confesiones de un chef,
se permitió un lujazo aún mayor que contar las miserias de los mejores
restaurantes de Nueva York, mafia incluida. Durante un año, el chef
viajó por todo el planeta En busca de la comida perfecta,
a la caza y captura de esos sabores desconocidos que, como sabiamente
ilustra y defiende, solo pueden encontrarse en la calle. Desde entonces
no ha parado. Este neoyorkino de origen francés decidió dedicarse a los
fogones el día que probó una ostra. Viscosa, fresca y salada. A partir
de ahí no pudo dejar de catar lo que le pusieran por delante. No tengo
constancia de que haya comido carne humana, pero si alguien puede dar un
mordisco a cualquiera, es él.
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