
El arte puede ser tan efímero que no deje huella. Es el caso de muchas de las performances que Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) realizó en las décadas de los sesenta y setenta. "De esa época tengo poquísimo material. Y no me importa nada", dijo ayer la artista desde París, donde reside desde más de tres décadas, horas después de saber que el Ministerio de Cultura le había concedido el Premio Nacional de Artes Plásticas por "su relevante trayectoria artística, especialmente en la performance".
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