Con poco más de 10 años, dos experiencias reveladoras que más o menos llegaron al mismo tiempo y de las que Picasso
hizo virtud y biografía: crear y las 'manolas' (el tocarse de niño de
toda la vida, vamos). Muy importantes las dos en su obra hasta el último
momento. Y las dos las perfeccionó, claro. Del erotismo y el sexo se ha
disertado de forma cumplida. El Centro Cultural Bancaja se centra en una extensísima exposición de más de 200 piezas en lo primero: los maestros del malagueño y su influencia en su trayectoria.
Con
13 años (algunos de esos primerísimos trabajos se han llegado a
subastar por más de 2 millones de euros), en los parones de los viajes
de familia, Picasso se convirtió en un 'fan', un admirador, del
sufrimiento de colores y el trazo de Velázquez, Zurbarán, de Goya,
Rafael o El Greco. "Por primera vez pude enfrentarme a mis ídolos".
Estaban en Madrid. En el Prado. Y de ellos hablaba.
En una libreta empezó intentando copiar el estilo de Velázquez y
meter algo del suyo en esa atmósfera sórdida y marginal de enanos y
bufones. Esa herencia que recogió muy disciplinadamente le llevó a pasar
más de 8 horas al día frente al cuaderno para reproducir los temas que
veía en las obras de los demás. Fue prolífico, sobre todo, en la
relación del artista con las modelos y el autorretrato del pintor como
el que no quiere la cosa. Aquí la influencia de Velázquez es
indiscutible. Y es Velázquez, también, el autor patrono por el que más
respeto pudo sentir, si se tiene en cuenta que tardó 60 años en versionar 'Las Meninas', aunque lo hizo con fruición: 44 veces en 1957.
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