
En 1932, pasado ya el ímpetu de la Revolución Rusa, el crítico Nikolai Punin recibió el encargo de hacer el repaso artítistico a los 15 años vividos peligrosamente. La exposición ocupaba 33 inmensas salas del Museo Estatal de Leningrado (San Petersburgo) y aspiraba a ser un compendio de la "explosión creativa" en los albores de la nueva era.
Allí estaban el suprematismo de Malevich y el constructivismo de Kandinsky, el modernismo de Chagall y el futurismo de Mayakovski. No podía faltar el realismo de Isaak Brodsky, pintor de cámara de Lenin, ni la pintura analítica de Filonov. Ni por supuesto Kuzma Petrov-Vodkin, autor de la famosa Madonna de Petrogrado, empeñado en darle un toque rafaelista a la realidad post-revolucionaria.
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