Era el final de una jornada como otra cualquiera para un cowboy dorado llamado Reinis. Ataviado con sombrero, botas tejanas y un revólver descargado, apuraba su bocadillo en la madrileña calle de Preciados, impasible ante los rezagados que ultimaban las compras navideñas del 24 de diciembre de 2007. Nochebuena en solitario, a pesar del bullicio. Después del bocata, lo mejor del día: el recuento de monedas apelotonadas en el bote metálico. Para bien o para mal, la faena quedaba resuelta. Pasaban las nueve de la noche, y en breve no quedaría un alma vagando por las calles. El vaquero decidió que había llegado la hora de retirar el maquillaje del rostro y emprender el camino de vuelta a casa.
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