
Cuando tocaba piscina, se ponía aún más nervioso. No era temor al agua
sino a que le vieran en bañador. Entonces algunos compañeros redoblaban
los insultos que ya recibía en clase: gordo, ballena, foca... El niño se
obsesionó con dejar de comer y, al final, explotó: “Para estar así, mejor me muero".
Lo cuenta su madre, Coral Cabezas, con voz entrecortada. Cualquiera que
escuche a ese menor, que empezó a ser asediado a los seis años y al
poco empezó a tartamudear, y su progenitora se puede hacer sólo una ligera idea del tormento por el que pasan las víctimas y sus familiares a causa del acoso escolar.
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